lunes, 22 de noviembre de 2010

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En ausencia de relojes exactos, la vida obedecía a los dictados de lo que los sociólogos denominan el tiempo natural. La gente hacía las cosas cuando le apetecía, no cuando se lo dictaba un reloj de pulsera. Comían cuando tenían hambre y dormían cuando se amodorraban. Marcar las horas, dividir el día en porciones hace que queramos aprovechar cada uno de los segundos haciendo cada vez más cosas y a mayor velocidad. Somos presos de "la enfermedad del tiempo".